Parece mentira que el día más importante del año para los fanáticos de la lucha libre profesional haya pasado tan rápido.
Wrestlemania 24 está ahora en los libros de historia y uno nuevo se comienza a escribir a partir de ahora.
Pero a pocos días de que más de 74. 000 personas llenaran el Citrus Bowl en Orlando para observar al papá de los eventos de lucha, no puedo evitar sentirme confundido, triste y hasta desolado.
Es increíble como una cuestión tan vana, como que The Rock regresara para introducir a su familia al salón de la fama, me afecte tanto.
Al oír como el auditorio pedía desesperadamente que su regreso fuera permanente, lo más deseaba era escuchar “si, voy a dejar las películas y de nuevo me verán en botas y trusa pateando traseros todas las semanas”, pero todos en el fondo sabemos que eso nunca va pasar.
Tal vez es sólo que me paso de sentimental y no se como lidiar con las pérdidas.
O a lo mejor es que la lucha libre se ha convertido más que en una pasión para mi. Es mi válvula de escape.
Cuando el mundo se vuelve demasiado hostil y las situaciones que se presentan se pasa de abrumadoras, recurro a la lucha libre no solo como un deporte sino como una oportunidad para dejar volar mi imaginación y estar en ese lugar donde nadie me afecta, donde todo lo puedo, aún cuando yo sea el “underdog”.
Por eso espero con ansias que llegue el día de Wrestlemania, pero la mañana siguiente no puedo evitar sentirme como si algo faltara.
En este caso el sentimiento se vuelve más profundo al recordar las lágrimas derramadas por Ric Flair segundos después de recibir la última cuenta de tres en su vida.
Ya nunca más escucharemos un woooooo.
Supongo que este sentimiento es pasajero. Probablemente mañana despierte como si nada hubiera pasado y hasta me ría recordando que escribí esto.
Pero al menos hoy tenía que dejarlo salir.
4.02.2008
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